Viajé a Oaxtepec aunque en realidad llegué a Cuautla. El boleto decía mi asiento, hora de salida, costo y casualmente quien me lo vendió se llamaba como yo. Además, tenía otros códigos que sólo los trabajadores de OCC entienden y creo que sirve para saber en que andén parten las historias de todos los viajeros.
Lo que no estaba escrito en ese boleto es que era el inicio de una historia. Sí, de esas que no suelo tener a menudo pero que me hacen crecer pese a los desencuentros que me han provocado (sí, soy de la tierra en "donde los hijos se van" y el melodrama se me da natural).
"El niño está creciendo", dijo un amigo cuando le hablé desde el caluroso Centro de Cuautla para decirle que la espera me hacía sudar más que los 35 grados que debió marcar el termómetro en esa tarde.
Y en efecto, empecé a crecer no sólo porque tomé el primer autobús solo, con mi dinero, con mi mochila roja jodida sino porque, además, se trataba del primer viaje para encontrarme con ese Otro, diría mi Kapu, a quien estoy decidido apostarle fuerte.
En los viajes, estoy convencido, vale la pena llevarse las maletas vacías para regresar con ellas repletas de momentos captados en el itinerario.
Los viajes rompen inercias. La mía se rompió cuando caminé a un Burguer King, comí hamburguesas, tomé un autobús a Oaxtepec, llegué a Los Vergeles... pero al lado de ese Otro, abrazado, sin más equipaje que la historia que cargo a cuestas.
Regresé a casa con la maleta llena de abrazos. Gracias Alic.
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